Por Volney Naranjo Rodríguez
De la entraña popular
Clemente
Arnaldo Díaz Sánchez nace en Cali, capital del departamento del Valle del Cauca, República de Colombia el día 5 de agosto de 1938.
Sus
padres, Clemente Díaz y Carmen Tulia Sánchez eran, para aquellos tiempos,
residentes en el barrio Obrero de la ciudad, un sector social que ya para
entonces tenía unas características propias en la vida de la urbe.
Allí
vivían la mayoría de trabajadores de las grandes empresas. Entre otras los de
Ferrocarriles Nacionales y la Cervecería
Bavaria.
Era
además conocido que en aquel sector especial de la ciudad tenían asiento los
artesanos, sastres, carpinteros y zapateros que agitaban ideas de cambio social
y proclamaban la necesidad de reivindicaciones, que para la época, aparecían muy
avanzadas y revolucionarias. Fue además, el barrio obrero, semillero de grandes
futbolistas y cuna de personajes que posteriormente figuraron en la vida Nacional
con gran relieve. Ubicado hoy en el corazón de la urbe, este sector, llama la
atención por la gran extensión de las casas humildes y sencillas que allí se construyeron
en lotes de terreno con áreas de más de trescientos metros cuadrados.
Don
Clemente Díaz, el padre, era obrero de la Cervecería Bavaria
y su trabajo justamente era contribuir en la elaboración de las cajas en que se
repartía la cerveza que para aquellas calendas eran de madera.
La
vida de Díaz Sánchez se desarrolló en medio de grandes privaciones económicas,
pues el grupo familiar lo conformaron cinco hijos varones de los cuales Clemente
fue el segundo de la camada además de dos mujeres que completaron el quórum
familiar. En la casa de Clemente en el barrio Obrero eran nueve a la hora de
hacer presencia en el comedor.
Sin
ser un virtuoso en ninguno de los instrumentos, el padre de Clemente tocaba el
tiple y la bandola. El
hijo mayor salió tiplero sin que tuviera dedicación o entusiasmo por el
instrumento.
El
primer contacto de Clemente Arnaldo con la guitarra comienza cuando apenas tenía
ocho años. Lo estimuló para ello su padre y su hermano que tocaban en las
reuniones familiares y eventos sociales de condición sencilla. En
esta etapa de su temprana niñez Clemente se incorporó al grupo formando trío con
su padre y hermano mayor.
Pronto
fue despertando en Clemente Arnaldo una fuerte pasión por el instrumento y se
fueron revelando en él condiciones y aptitudes que lo impelían a un conocimiento
más profundo y organizado de la guitarra. Es entonces, cuando se decide a
estudiar bajo la dirección del señor Argemiro Triviño, un guitarrista de mediana
formación académica, viejo amigo de su padre y quien en virtud de las aptitudes
del muchacho se anima a contribuir con clases de índole personal y particular.
Por
la década del año 50 se funda en el Instituto de Cultura Popular la escuela clásica
de guitarra.
El
Instituto Popular de Cultura se había creado en el mes de diciembre de 1947 por
Acuerdo del Concejo Municipal de Cali. Es bueno reseñar que este instituto
llenó un vacío en la vida cultural de la ciudad y significó un avance muy
importante en el apoyo a la formación estética de los sectores populares.
Clemente
se matricula en aquella cátedra recién creada y en ese momento conoce al
maestro Alfonso Valdiri Vanegas fundador de la escuela con el que compartiría en
lo sucesivo durante ocho largos años que estudió con este insigne profesor.
Dos años permanece en el
Instituto de cultura hasta el momento que el mismo profesor Valdiri es llamado
por el Conservatorio Antonio Maria Valencia de la ciudad de Cali para que
fundara allí la escuela de guitarra clásica. Resulta así, el Maestro Alfonso
Valdiri Vanegas, fundando las dos cátedras de guitarra clásica, en el Instituto
Popular y en el conservatorio de Cali, siendo las dos primeras escuelas en esta materia musical en
el país.
Creada la cátedra de guitarra
en el Conservatorio, Clemente se traslada y continúa por seis años consecutivos
con el profesor Valdiri hasta obtener el título de profesional en estudios básicos
de guitarra.
Clemente adelantó de manera simultánea
sus estudios musicales, que en general fueron nocturnos, con los de
Bachillerato que culminó en el Colegio Antonio Ricaurte de donde egresó a los
18 años.
Egresado del Conservatorio y
con su certificado de estudios en guitarra, Clemente inicia un duro periodo en
la lucha por la supervivencia. Atrás quedan los sueños de ser arquitecto, pues
las dificultades económicas no permitieron el ingreso a la universidad y se
trata ya de un hombre mayor de edad, con todas sus necesidades básicas y acosado
por múltiples urgencias.
Es necesario procurarse
ingresos y Clemente se desempeña como obrero en la fábrica de bolsas de papel
Alotero al igual que en industrias Sansón. Trabaja como mensajero de la cooperativa
de las Empresas Municipales de Cali y en este trasegar y en condiciones de gran
penuria económica decide apoyado en su condición de gran guitarrista, aventurar
en la noche caleña como serenatero. Recala entonces en el bar de Octavio Osorio,
un bambuquero silvestre oriundo de Manizales, que para entonces atendía un rincón
para bohemios y trasnochadores y quien tenía el privilegio de armonizar las
canciones populares con una segunda voz de gran calidad. En este duro suceder
de madrugadas y de incontables días contemplando el alba, Clemente se asocia
con el tenor Luís Eduardo Osorio, de Sevilla Valle, quien poseía una voz bien
cultivada, egresado del mismo Conservatorio con quien lo unía una vieja amistad
y que para los efectos de la interpretación de aquellos temas tenía características
especiales. Una voz extrañamente dulce, de
una fina melancolía y de matices bellos y variados, se unía a la tarea nocturna
de las serenatas en que se desempeñaba Clemente.
En medio del trajín de la noche
bohemia llega al rincón bambuquero de Octavio un cliente ocasional, el doctor
Ricardo Pérez, quien se desempeñaba en ese momento como gerente del Banco de
Colombia en la Ciudad
de Popayán, al escuchar a Clemente queda sorprendido por la calidad técnica y
el virtuosismo que advierte en aquel muchacho y sin pensarlo dos veces le
promete abrirle campo en la universidad de Popayán. En efecto al poco tiempo
Clemente fue nombrado como profesor suplente en el área de música y como
copista de la orquesta y coros de la Universidad del Cauca.
Pasa el tiempo y en la ciudad
de Popayán se sucede un acontecimiento muy importante en el seno de su sociedad
de rancios abolengos, de castas y dinastías; se trata del matrimonio de la
señorita Diana Valencia, hija del candidato presidencial Dr. Guillermo León
Valencia en el segundo turno alternativo del Frente Nacional y como representante
del partido conservador, con el ciudadano de iguales o parecidos pergaminos Dr.
Aurelio Iragorri Hormaza. La fiesta se celebra en casa del Padre del novio Dr.Benjamin
Iragorri y allí se presenta Clemente con el deseo de brindar a los contrayentes
un breve concierto de guitarra. El mayordomo le niega la entrada por falta de
tarjeta de invitación. La señora Luz de Iragorri, la suegra del casamiento se
da cuenta y lo hace seguir. En el momento oportuno que le fue señalado por los
organizadores de la boda, Clemente interpreta tres obras: Asturias de Albeniz,
la gavota gloria y el sotareño. Deslumbrada la audiencia permanece en silencio y
aplaude frenética el breve acontecimiento artístico y cultural de la noche.
Presente el Dr. Guillermo León le
dice a Clemente: “Joven lo invitamos a participar de la fiesta y puede estar
tranquilo por su futuro, pues cuando sea Presidente, que lo seré, le daré una
beca para que continúe sus estudios en España, tal como Ud lo quiere”.
El siete de agosto de 1962 se
posesiona el Dr. Valencia como Presidente de la República de Colombia y
a mediados del año 63 Clemente recibe la beca para viajar a estudiar a España.
Se matricula en el
Conservatorio Real de Madrid y adelanta estudios con los profesores Regino Sainz
de la Maza y
Antonio Moreno. La beca fue atendida por un periodo de dos años y por una suma
de tres mil pesetas que canceló mensualmente el instituto de cultura
hispanoamericana. Es bueno señalar como anécdota importante que el profesor
Regino fue el primer interprete, el primer gran maestro en montar el Concierto
de Aranjuez, esa obra universal del gran Joaquín Rodrigo.
Terminado el periodo en Madrid,
Clemente se traslada a Torre Molinos, en la provincia de Málaga, donde ingresa
al conservatorio Superior de Música, donde estudia con el profesor Antonio
Company y allí obtiene su título de Profesional en Guitarra al más alto nivel.
Para adelantar los estudios en Málaga,
Clemente alternó estos con el trabajo, haciendo presentaciones en hoteles,
lugares turísticos y centros culturales.
Para el verano del año 67 funda
el trío Los Solos en compañía de dos cubanos, agrupación que tiene una duración
de diez años y con los cuales trabaja de manera frecuente y continuada por este
período en todas las localidades ubicadas sobre la Costa del Sol.
En síntesis, Clemente cursa seis
años de guitarra clásica y dos de especialización en el instrumento. Así mismo
logra adelantar un seminario especial con Andrés Segovia, en Santiago de
Compostela, recibe clases particulares con Narciso Yépez, Alirio Diaz, y con
Asunción Granados, dama de gran figuración en el firmamento de la guitarra
española.
Clemente no olvida y guarda
eterna gratitud para con la señora Diana Valencia de Iragorri, su alumna en la Universidad del Cauca,
pues fue ella, quien le recordó al entonces mandatario de los colombianos, en
su condición de hija, la beca para los estudios de Clemente en España.
En su periplo por Europa permanece
un año estudiando en el Royal Conservatorio de Bruselas. En Bélgica conoce y
estudia con el profesor Nicolás Alfonso y es invitado por el Embajador de
Colombia allí, el Dr. Ignacio Valencia, hijo del Presidente Guillermo León a
tocar en la BBC
de Londres.
Hecho ya todo un profesional de
la música y con una alta especialización en guitarra clásica ingresa como
profesor de la Escuela Superior
de Música de Holanda en la ciudad de Eindhoven y luego es trasladado a la
ciudad de Geldrop en la misma escuela. Simultáneamente con esta cátedra
adelanta nuevos estudios de música en el Conservatorio de la ciudad de
Ámsterdam con el Profesor Dick Visser.
El contacto con la embajada
Colombiana le genera constantes recitales en Francia y en los países vecinos.
En el año de 1971 regresa a
Colombia y se vincula al Conservatorio Antonio Maria Valencia que para la época
estaba dirigido por su antiguo compañero de grupo musical y viejo amigo Alfonso
Castillo, después de año y medio de esta vinculación decide volver a Europa,
donde permanece hasta el año de 1982, cuando regresa para quedarse de manera definitiva
en el país y se vincula como profesor en la Universidad del Cauca.
Veinte años ha vivido Clemente
en Europa. Veinte años de estudios, de trabajo y de inmensas dificultades,
buscando con avidez y persistencia una formación profesional que le permitiera
regresar a su tierra con la satisfacción de haber logrado realizar su viejo
sueño. Ser un verdadero músico guitarrista e intérprete que estuviera en
capacidad de devolver a las generaciones nuevas de su país lo aprendido en
tantos años de estudio.
Desde el año 1996 Clemente se
desempeña como profesor de tiempo completo de la Universidad del Valle
en la cátedra de guitarra clásica.
Su origen bastante humilde y su
condición muy tímida lo hacían un muchacho huraño y distante. Nadie sospechaba
que en aquella personalidad de apariencia frágil y débil pudiera residir un
espíritu superior para la música.
El compositor y el intérprete
El proceso de creación en
cualquiera de las manifestaciones del arte es el que causa los mayores
desgarramientos interiores. Allí aparecerá el alma del artista expuesto con
todos sus pliegues y sinuosidades. Nadie podrá pretender ser distinto a la
realidad que muestra su obra. La creación, y para este caso, la composición
musical exige cuando es seria y es real, la plena comunión del yo interior, de
su pensamiento íntimo, de sus dudas y certezas, de su formación filosófica, de
su estado emocional, de todo ese raro e inescrutable mundo interior que
caracteriza al ser humano.
De allí nace la evolución del
artista, del compositor. Por eso en la medida que una personalidad se forma y
madura con el paso del tiempo, así mismo se decanta y crece su obra y su
capacidad creativa. Nadie pues tan expuesto al
examen de su condición humana como el artista y en este caso el compositor.
Clemente comenzó a escribir sus
obras a muy temprana edad, su primera canción la hizo cuando tenía diez años.
Hoy, oírla le causa risa e hilaridad. Tal vez porque advierte en ella todas las
falencias que indican falta de estructura conceptual, falta de madurez y conocimiento en una materia que
consumiría muchos años de su vida para llegar a domeñarla.
La tarea de Clemente como
compositor ha sido incesante. Hoy puede presentar su obra completa más de
ciento cincuenta creaciones. La integran varios periodos que reflejan épocas,
tendencias e influencias distintas. La etapa primera que corresponde a su ya
lejana juventud puede definirse como emocional y romántica con las perplejidades
propias de una personalidad en formación, pero ya en ella se advierten las infinitas
posibilidades de un virtuoso.
Danza triste, la gavota gloria,
recuerdos payaneses y una serie de valses de tendencia popular son las obras
que caracterizan este período. Allí está la sensibilidad imprecisa de su
juventud, pero también apunta en ellas, y de manera protuberante una profunda melancolía
que habrá de caracterizar su obra.
Los periodos posteriores
permiten la exposición de superiores realizaciones en ese universo abstracto de
los sonidos y los silencios. De las frases y las oraciones de un discurso
musical coherente elaborado con las mas sutiles formas de la armonía, la
melodía, y el ritmo apoyados en conceptos que rompen viejos esquemas y que nos
indican un suceso nuevo en el trabajo de escribir música para la guitarra.
El estilo de Clemente no
desconoce la armonía tradicional ni menosprecia los círculos musicales que
durante siglos han servido de estructura a la manifestación de los sonidos. Por
el contrario apoyado en ellos, los utiliza para evolucionarlos, para romper
viejos estilos y para hacer que afloren formas nuevas en la manera de
expresarse a través de la guitarra.
La obra de Clemente Díaz está
fundamentada en los ritmos y aires Colombianos. Así se puede concluir al
analizar de manera detenida sus distintas fantasías, donde es recurrente el uso de manifestaciones folclóricas
y regionales y en otras la presencia de los aires institucionales que dan
identidad cultural al país.
Ningún creador musical puede
pretender una pureza absoluta y una originalidad sin discusión en su obra. El
solo hecho de pertenecer a un mundo que lo caracteriza la tecnología de la
comunicación y la vida colectiva implica que estemos sometidos a influencias de
toda índole que de manera inconsciente afectaran los procesos creativos en
cualquier campo del arte. Todos somos, en algún grado, recicladores de las formas
de expresión del universo.
No es muy prolija la producción
guitarristica en Latinoamérica en literatura musical. Los compositores que
escriben para este instrumento no han logrado trascender lo suficiente.
Una excepción la constituye
Heitor Villalobos, el gran escritor para guitarra y compositor de
reconocimiento universal. Este brasilero al volver bandera de la guitarra el
ritmo de los chorinos ha creado todo un estilo y una manera de hacer oír la música
del Brasil. Su condición de gran creador, de calidad exquisita y su gran formación
como músico de alta escuela le han convertido en un referente obligado del género.
Clemente hace parte de los
inscritos en la escuela de Villalobos y gran parte de su obra está basada en
una buena serie de chorinos que conocidos por los brasileros entendidos en éste
genero no han dudado en manifestar complacidos la admiración por la creación
del eminente Colombiano.
Como interprete Clemente es un
artista de dimensión universal. Probado en todos los escenarios nacionales de
importancia y en los más reconocidos de Europa, su experiencia lo ubica como uno
de los colombianos de mayor especialización en este campo.
Dueño de una técnica moderna y
depurada que le permite un lucimiento lleno de agilidad y dinamismo en el
decurso de sus interpretaciones, hace parecer fácil y sencilla la ejecución de
obras de excesivo rigor técnico.
En el inmenso repertorio de su
creación, Clemente tiene su propia selección. Aquella parte de su obra que
considera más elaborada, más profunda y con mayor significado en la
investigación natural que antecede a cualquier trabajo serio.
Se trata de obras construidas
con el más alto grado de conciencia, cuyo eje central o temático ha sido
meditado y estudiado previamente, son obras al decir de Clemente con las que se
quiere decir algo especial o señalar un punto determinado en el largo camino de
la creación. Un afecto, un momento sentimental, el recuerdo de un amigo, o
muchas veces dudas y vacilaciones en largas madrugadas donde no se logra
recuperar el sueño y el único camino es dejar sobre el papel pentagramado los
sonidos y figuras que el corazón va dictando. Dentro de las consideradas clásicas
por su propio autor se encuentran la fantasía Numero Uno, Alborada Azul,
variaciones sobre un tema de Rodrigo Riera, Variaciones Sobre Romance Anónimo y
la larga serie de choros.
Y ya en el campo de la
ejecución pura y simple, Clemente esta reconocido como un verdadero genio, como
un monstruo en versión de algunos, para la práctica del trémolo, esa figura
guitarrística que exige la mayor destreza y la más delicada forma de utilizar de manera sincrónica, simétrica y
rítmica todos los dedos de las dos manos.
Sobre el trabajo creativo y de
interpretación de Clemente Díaz son muchos los críticos y músicos de
importancia que han expresado reconocimiento y admiración. El Director de
Orquesta y hombre de gran formación musical Mario Gómez Vignes afirma: “en la
obra de Clemente Díaz percibo una evolución positiva. Su estro se va tornando
cada vez más denso, más complejo, la armonía es cada vez más rica e
imaginativa. Pero su complejidad no naufraga ante las modas “ultra” de una
vanguardia no vivida ni sentida. La complejidad de su música no obscurece su lógica
armonico-melodica, su sentido de la forma (formas pequeñas) es, además, certero
y bien equilibrado.”
De igual manera en un juicioso
estudio escrito por el músico y pianista Jaime Cabrera Licenciado de la Universidad del Valle
y profesor del Instituto Popular de Cultura y publicado en el No. 1 de la
revista Paginas de Cultura afirma: “Clemente Diaz prefiere componer pasillos y
en ellos, la armonía está orientada hacia una entidad generadora de la forma
musical cuyo contenido de acordes alterados, transformaciones y armonías
errantes definen contrastes armónicos, dentro de un concepto de monotonalidad
subordinada a una tónica central. Generalmente cada sección de sus obras es una
entidad propia, cerrada, en la cual el complemento melódico y obviamente rítmico
en lo que conocemos como melodía compuesta, conforma períodos musicales simétricos.
Es claro que su interés no es
alejarse de esquemas estructurales ya existentes como ocurre en sus obras Alborada
Azul, Rumores de Venezuela, Danza Triste, Elegía de Pasillo, Recuerdos Payaneses,
entre otras. El encanto de la simplicidad está en como trata el elemento
temático desarrollado en un manejo cíclico-melódico de leves variantes, resaltado
por el uso de formas armónicas siempre recurrentes en donde la supertónica y la
subdominante, generalmente elevadas, actúan como acordes apoyatura inseparables
de la tónica y la dominante como sucede en sus Chorinos.”
No es fácil en Colombia acceder
a una cultura artística superior y más difícil aún cuando se proviene de la
esencia misma del estrato popular como en el caso de Clemente. Hijo de obreros
y nacido en el año 38 del siglo veinte, cuando el desarrollo de las artes y las
formas culturales en el país eran si acaso, para estos sectores sociales,
lejanas y remotas tentativas de desarrollo a las que en forma excepcional
llegaban elementos de los sectores de privilegio económico y gerencial de la Nación.
La formación de Clemente se da
en los establecimientos de educación pública. Un golpe de suerte le permite
llegar a Europa y mejorar allá lo que de manera básica se había adquirido en
Colombia en la década del setenta.
En Clemente la vocación fue
definitiva, le inspiró un deseo de superación que no toleró barreras y con
persistencia admirable fue moldeando su espíritu y conocimiento en los centros
de alta especialización en el ámbito de la música y de la guitarra.
Colombia no es plaza fácil ni
tiene demanda que permita a un artista de esta dimensión vivir de la
interpretación de sus obras en actividad de concertante. Este hecho doloroso de
nuestras incipientes formas culturales obliga al especialista de alto nivel a
vivir de actividades conexas, en la mayoría de los casos la docencia. Por esa razón
nuestros mejores exponentes musicales no se desempeñan en las salas de
concierto si no en las aulas en donde contribuyen de manera esforzada en la
formación de los nuevos valores artísticos y culturales del país.
La vida de Clemente, ejemplo de
sencillez y de modestia, llena de calidez humana, de una delicada sensibilidad
a flor de piel, bien vale destacarse en una sociedad que se caracteriza por el
imperio de la indiferencia por lo bello y lo culto, donde prolifera lo vulgar y
donde la tendencia humanística es mirada con sorna y bronca por quienes
promueven la comercialización del mal gusto y de lo ordinario.
Clemente continua aun su obra
creativa para beneficio del repertorio exquisito de la guitarra en América y
consume sus días junto a sus hijas del segundo matrimonio del cual enviudó hace
muchos años, Laura María y Catherine quienes lo acompañan y llenan de afecto a
la vez que añora a la mayor Liesbeth Diaz Kuppeens nacida y residente en
Holanda.
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