Por Volney Naranjo Rodriguez
“Barrio mío que te quiero, porque tus viejos aleros,
fueron testigos que yo, también como tú, fui obrero.”
Evaristo Carriego, el buen poeta argentino que echó las bases literarias para la poética del tango, se empeño en distinguir bien el barrio del suburbio. Y vale la pena evocarlo como referencia al cumplirse los 50 años de Matraca, un sitio de tango y bohemia, ubicado en una esquina del Barrio Obrero.
El suburbio, según Carriego, es la contemplación a distancia de los cinturones de miseria y la amalgama de sectores de la marginalidad social que se desdibujan entre sí, sin una identidad definida.
El barrio es el lugar cotidiano donde crecimos a la vida, donde recibimos los primeros impulsos de nuestra formación, el sitio de nuestras primeras querencias, donde una circunstancia incierta fue elaborando nuestra personalidad, los mandados de la mamá, la tienda de la esquina, la primera tentativa de un amor, el viaje a la escuela, las primeras riñas y las mujeres hermosas que pasaban rumbo al taller o a la fábrica y que eran las novias imaginarias de toda la muchachada.
Nuestro popular Barrio Obrero de Cali, es igual a cualquier barrio de otras ciudades del mundo. Está construido con las pasiones desbordadas y arbitrarias de ciudadanos acosados por las mismas cuitas y parecidas angustias. No creo que haya mucha diferencia entre esta esquina del barrio caleño, con cualquier esquina de San Telmo, el viejo arrabal de Buenos Aires donde se dio el malevaje diverso y variado que desfila por los tangos de Celedonio Flores, por los conventillos de Cadícamo o por los versos de Contursi.
Todos llevamos entre los vericuetos de nuestras sensibilidades alguna esquina del viejo barrio donde crecimos, donde escuchamos las primeras canciones que acunaron en nuestro interior los recuerdos de la infancia, la adolescencia o la juventud, que hoy miramos desde la colina de nuestras vidas, unas veces con alegría y otras con nostalgia.
El Barrio Obrero con sus casas ubicadas sobre lotes de trescientos o más metros cuadrados, construido por antiguos ferroviarios y trabajadores de la cervecería bavaría, ha hecho aportes muy importantes a la cultura popular de la gran ciudad. Para el fútbol ha servido de almácigo con verdaderas figuras sembradas hace mucho en la conciencia popular, para la música es bueno recordar al viejo zapatero Benedito Valencia que entre remontas y media suelas le dejó a la composición colombiana obras tan perdurables y meritorias como Flor de Lodo, con múltiples versiones entre las cuales vale destacar la de los Trovadores del Cuyo, el conjunto argentino que ocupó los primeros lugares de ventas en la Odeón y Viejo Farol, un tango criollo que es muy conocido en la interpretación del caballero Gaucho.
Muchas veces el Barrio Obrero vio el trasiego de Petronio Álvarez, maquinista de los ferrocarriles en la ruta de Buenaventura, cuando a su sorda guitarra, trataba de arrancarle sonidos en sus ratos de conocida bohemia. Hoy toda la sangre morena del Barrio Obrero concurre alegre y espontánea a las multitudinarias celebraciones del Petronio en reconocimiento del viejo Cuco, creador de mi Buenaventura. Y sería interminable citar todos los personajes que el Barrio Obrero ha entregado a la cultura, a la política y a la vida social de Cali.
Matraca es hoy un templo de la música ubicado en el viejo y querido barrio obrero, un lugar de la ciudad que todavía conserva rasgos de su primigenia fisonomía y que ojalá no desaparezcan para regocijo y deleite de los que amamos el ejercicio de combatir el olvido acompañados de los acordes de un buen tango o los arpegios de un romántico bolero.
“Vieja esquina de mi barrio, donde jugué en mi niñez,
congregación de recuerdos, hoy te evoco otra vez,
vieja esquina de mi barrio con tu nocturno farol,
de callecitas angostas y muchachos en tropel,
Dónde estarán mis amigos, mis compañeros de ayer.”
La piqueta del progreso y la transformación urbana van alterando el viejo paisaje citadino y solo va quedando en la memoria colectiva los acontecimientos que logran un valor artístico o cultural. Matraca conserva factores de nuestra tradición como comunidad y mantiene, como en una postal, las imágenes y sensaciones que animaron una época que muchos recuerdan con la alegría de momentos inolvidables. La vida está hecha de eso, de los momentos que se niegan al olvido.
Pasar el umbral y entrar a Matraca es realizar un acto de magia. Allí, en ese espacio mítico, frente a la imagen gráfica de todos los ídolos que conserva la imaginería popular, desde la fulgurante Celia Cruz hasta la enigmática sonrisa de Gardel, desfilan en religiosa comunión, los adoradores de la evocación memoriosa y del ritmo tajante.
El camaján con aire de compadrito, zapatos a dos colores y pinta para la ocasión, que ha repetido frente al espejo la rutina de quiebres y cortadas de un tango malevo con el que sorprenderá a la concurrencia. La jovencita, elegante y soñadora, que aspira a dejar el percal y ensaya apasionada los giros de esa danza de la sensualidad que ha de abrirle caminos nuevos.
La gente mayor, que con elegancia peina canas, las damas acosadas por la soledad que con sus amigas se atreven a buscar esparcimiento, todos concurren allí al encuentro con una sonoridad del pasado que les permita el ejercicio evocador de momentos del ayer que resulta grato vivirlos de nuevo. Matraca es eso, un lugar de combate contra el olvido.
Las ciudades tienen lugares sembrados en el corazón de sus moradores. El barrio obrero está en el corazón de los caleños.