domingo, 19 de octubre de 2014

BARRIO OBRERO Y MATRACA

Por Volney  Naranjo Rodriguez

“Barrio mío que te quiero, porque  tus  viejos aleros,
fueron testigos que yo, también como tú,  fui obrero.”

Evaristo Carriego, el buen poeta  argentino que  echó las bases literarias para la poética del tango, se empeño en distinguir bien el barrio del suburbio. Y vale la pena evocarlo como referencia al cumplirse los 50 años de Matraca, un sitio de tango y bohemia, ubicado en una esquina del Barrio Obrero.
El suburbio, según Carriego, es la contemplación  a distancia de los  cinturones de miseria  y la amalgama de sectores de la marginalidad social que se desdibujan  entre  sí, sin una identidad definida.
El barrio es el lugar cotidiano  donde crecimos  a la vida, donde  recibimos los primeros impulsos de  nuestra formación, el sitio de nuestras primeras querencias, donde una circunstancia incierta fue elaborando nuestra personalidad, los mandados de la mamá, la tienda de la esquina, la primera tentativa de un amor, el viaje a la escuela, las primeras riñas y las mujeres  hermosas que pasaban rumbo al taller o a la fábrica y que eran las novias imaginarias de toda la muchachada.
Nuestro popular Barrio Obrero  de Cali, es igual  a cualquier barrio  de otras ciudades del mundo. Está construido con las pasiones desbordadas y arbitrarias de ciudadanos acosados  por las mismas cuitas y parecidas  angustias. No creo que haya mucha diferencia entre  esta  esquina del barrio caleño, con cualquier esquina de San Telmo, el viejo arrabal de Buenos Aires donde se  dio el malevaje diverso y variado  que desfila por los tangos de  Celedonio Flores, por los conventillos de Cadícamo o por los versos de Contursi.
Todos llevamos entre  los vericuetos de nuestras sensibilidades  alguna esquina del viejo barrio donde crecimos, donde escuchamos las primeras canciones que  acunaron  en nuestro interior  los  recuerdos de la infancia, la adolescencia o la juventud,  que hoy miramos  desde la  colina de nuestras vidas, unas veces con alegría y otras con nostalgia.
El Barrio Obrero con sus casas ubicadas sobre lotes de trescientos o más metros cuadrados, construido por  antiguos ferroviarios y trabajadores de la cervecería  bavaría,  ha hecho  aportes muy importantes a la cultura  popular de la gran ciudad. Para el fútbol ha servido de almácigo con verdaderas figuras  sembradas hace mucho en la conciencia popular, para la música  es bueno recordar  al viejo zapatero  Benedito Valencia que entre  remontas y media suelas  le dejó a la composición colombiana obras tan perdurables y meritorias como Flor de Lodo, con múltiples versiones entre las cuales vale destacar la de los Trovadores del Cuyo, el conjunto  argentino que  ocupó los primeros lugares de ventas en la Odeón  y Viejo Farol, un tango criollo que  es muy conocido en la interpretación del caballero  Gaucho.
Muchas veces el Barrio Obrero  vio  el trasiego  de  Petronio Álvarez,  maquinista de los ferrocarriles en la ruta de Buenaventura, cuando a su sorda guitarra, trataba de  arrancarle sonidos en sus ratos de conocida  bohemia. Hoy toda la sangre morena del Barrio Obrero  concurre alegre y espontánea a las multitudinarias celebraciones del Petronio en reconocimiento del viejo Cuco, creador  de mi Buenaventura. Y sería interminable citar todos los personajes que el Barrio Obrero ha  entregado a la cultura, a la política y a  la vida social de Cali.
Matraca  es hoy un templo de la música  ubicado en el viejo y querido barrio  obrero, un lugar de la  ciudad que todavía conserva rasgos de su primigenia fisonomía y que ojalá no desaparezcan para regocijo y deleite de los que amamos  el ejercicio de combatir el olvido  acompañados de los  acordes de un buen tango o los arpegios  de un romántico bolero.  
 “Vieja esquina  de mi barrio, donde jugué en mi niñez,
congregación de recuerdos, hoy te evoco otra vez,
vieja esquina de mi  barrio con tu nocturno farol,
de callecitas angostas y muchachos en tropel,
Dónde estarán mis amigos, mis compañeros de ayer.”

La piqueta del progreso y  la transformación urbana van alterando el viejo paisaje citadino y solo  va quedando en la memoria colectiva los acontecimientos que logran  un valor artístico  o cultural. Matraca conserva  factores  de nuestra tradición como comunidad y mantiene, como en una postal, las  imágenes y sensaciones  que animaron  una época  que muchos recuerdan con la alegría de momentos inolvidables. La vida está hecha de eso, de los momentos que se niegan al olvido.
Pasar el umbral y entrar a Matraca es realizar un acto de magia. Allí, en ese espacio mítico, frente a la imagen gráfica de todos los ídolos que conserva la imaginería popular, desde la fulgurante Celia Cruz hasta la enigmática sonrisa de Gardel, desfilan en  religiosa comunión, los adoradores  de la evocación memoriosa  y del ritmo tajante.
El camaján con aire de compadrito, zapatos a dos colores y pinta para la ocasión, que ha repetido  frente al espejo la rutina de  quiebres y cortadas de un tango malevo con el que sorprenderá a la concurrencia. La jovencita, elegante y soñadora, que aspira a dejar el percal y  ensaya apasionada los giros de esa danza  de la sensualidad que ha de abrirle  caminos nuevos.
La gente mayor, que con elegancia peina canas, las damas  acosadas por la soledad que con sus amigas  se atreven a  buscar esparcimiento, todos concurren allí al encuentro con una  sonoridad del pasado que les permita el ejercicio evocador de momentos del  ayer que resulta  grato vivirlos de nuevo. Matraca es eso, un lugar de combate contra el olvido.     

Las ciudades  tienen  lugares sembrados en el corazón de sus moradores. El barrio obrero  está en el corazón de los caleños.