domingo, 19 de octubre de 2014

BARRIO OBRERO Y MATRACA

Por Volney  Naranjo Rodriguez

“Barrio mío que te quiero, porque  tus  viejos aleros,
fueron testigos que yo, también como tú,  fui obrero.”

Evaristo Carriego, el buen poeta  argentino que  echó las bases literarias para la poética del tango, se empeño en distinguir bien el barrio del suburbio. Y vale la pena evocarlo como referencia al cumplirse los 50 años de Matraca, un sitio de tango y bohemia, ubicado en una esquina del Barrio Obrero.
El suburbio, según Carriego, es la contemplación  a distancia de los  cinturones de miseria  y la amalgama de sectores de la marginalidad social que se desdibujan  entre  sí, sin una identidad definida.
El barrio es el lugar cotidiano  donde crecimos  a la vida, donde  recibimos los primeros impulsos de  nuestra formación, el sitio de nuestras primeras querencias, donde una circunstancia incierta fue elaborando nuestra personalidad, los mandados de la mamá, la tienda de la esquina, la primera tentativa de un amor, el viaje a la escuela, las primeras riñas y las mujeres  hermosas que pasaban rumbo al taller o a la fábrica y que eran las novias imaginarias de toda la muchachada.
Nuestro popular Barrio Obrero  de Cali, es igual  a cualquier barrio  de otras ciudades del mundo. Está construido con las pasiones desbordadas y arbitrarias de ciudadanos acosados  por las mismas cuitas y parecidas  angustias. No creo que haya mucha diferencia entre  esta  esquina del barrio caleño, con cualquier esquina de San Telmo, el viejo arrabal de Buenos Aires donde se  dio el malevaje diverso y variado  que desfila por los tangos de  Celedonio Flores, por los conventillos de Cadícamo o por los versos de Contursi.
Todos llevamos entre  los vericuetos de nuestras sensibilidades  alguna esquina del viejo barrio donde crecimos, donde escuchamos las primeras canciones que  acunaron  en nuestro interior  los  recuerdos de la infancia, la adolescencia o la juventud,  que hoy miramos  desde la  colina de nuestras vidas, unas veces con alegría y otras con nostalgia.
El Barrio Obrero con sus casas ubicadas sobre lotes de trescientos o más metros cuadrados, construido por  antiguos ferroviarios y trabajadores de la cervecería  bavaría,  ha hecho  aportes muy importantes a la cultura  popular de la gran ciudad. Para el fútbol ha servido de almácigo con verdaderas figuras  sembradas hace mucho en la conciencia popular, para la música  es bueno recordar  al viejo zapatero  Benedito Valencia que entre  remontas y media suelas  le dejó a la composición colombiana obras tan perdurables y meritorias como Flor de Lodo, con múltiples versiones entre las cuales vale destacar la de los Trovadores del Cuyo, el conjunto  argentino que  ocupó los primeros lugares de ventas en la Odeón  y Viejo Farol, un tango criollo que  es muy conocido en la interpretación del caballero  Gaucho.
Muchas veces el Barrio Obrero  vio  el trasiego  de  Petronio Álvarez,  maquinista de los ferrocarriles en la ruta de Buenaventura, cuando a su sorda guitarra, trataba de  arrancarle sonidos en sus ratos de conocida  bohemia. Hoy toda la sangre morena del Barrio Obrero  concurre alegre y espontánea a las multitudinarias celebraciones del Petronio en reconocimiento del viejo Cuco, creador  de mi Buenaventura. Y sería interminable citar todos los personajes que el Barrio Obrero ha  entregado a la cultura, a la política y a  la vida social de Cali.
Matraca  es hoy un templo de la música  ubicado en el viejo y querido barrio  obrero, un lugar de la  ciudad que todavía conserva rasgos de su primigenia fisonomía y que ojalá no desaparezcan para regocijo y deleite de los que amamos  el ejercicio de combatir el olvido  acompañados de los  acordes de un buen tango o los arpegios  de un romántico bolero.  
 “Vieja esquina  de mi barrio, donde jugué en mi niñez,
congregación de recuerdos, hoy te evoco otra vez,
vieja esquina de mi  barrio con tu nocturno farol,
de callecitas angostas y muchachos en tropel,
Dónde estarán mis amigos, mis compañeros de ayer.”

La piqueta del progreso y  la transformación urbana van alterando el viejo paisaje citadino y solo  va quedando en la memoria colectiva los acontecimientos que logran  un valor artístico  o cultural. Matraca conserva  factores  de nuestra tradición como comunidad y mantiene, como en una postal, las  imágenes y sensaciones  que animaron  una época  que muchos recuerdan con la alegría de momentos inolvidables. La vida está hecha de eso, de los momentos que se niegan al olvido.
Pasar el umbral y entrar a Matraca es realizar un acto de magia. Allí, en ese espacio mítico, frente a la imagen gráfica de todos los ídolos que conserva la imaginería popular, desde la fulgurante Celia Cruz hasta la enigmática sonrisa de Gardel, desfilan en  religiosa comunión, los adoradores  de la evocación memoriosa  y del ritmo tajante.
El camaján con aire de compadrito, zapatos a dos colores y pinta para la ocasión, que ha repetido  frente al espejo la rutina de  quiebres y cortadas de un tango malevo con el que sorprenderá a la concurrencia. La jovencita, elegante y soñadora, que aspira a dejar el percal y  ensaya apasionada los giros de esa danza  de la sensualidad que ha de abrirle  caminos nuevos.
La gente mayor, que con elegancia peina canas, las damas  acosadas por la soledad que con sus amigas  se atreven a  buscar esparcimiento, todos concurren allí al encuentro con una  sonoridad del pasado que les permita el ejercicio evocador de momentos del  ayer que resulta  grato vivirlos de nuevo. Matraca es eso, un lugar de combate contra el olvido.     

Las ciudades  tienen  lugares sembrados en el corazón de sus moradores. El barrio obrero  está en el corazón de los caleños.

domingo, 3 de agosto de 2014

Pedro Morales Pino



BREVE RESEÑA HISTÓRICA Y
BIOGRÁFICA DE
PEDRO MORALES  PINO


POR: VOLNEY NARANJO RODRIGUEZ


REALIZADO PARA
COOPERATIVA FINANCIERA ROYAL
COFIROYAL
Santiago de Cali, Abril 9 de 1997

Pedro Morales Pino es uno de los músicos más importantes del Valle del Cauca y seguramente es, uno de los pocos que ha hecho un aporte serio  a la forma  de interpretar  y escribir  el bambuco  que hasta  ese momento  era un aire campesino o folclórico con referencias épicas  o reminiscencias románticas y bucólicas pero imposible de escribir.


Nace Pedro Morales el 22 de Febrero de 1.863 en el municipio de  Cartago – Valle. Fueron sus padres doña Barbara Pino y don Ramón Morales, el bautizo lo realizó el presbítero José Gabriel Ferreira el día 24 del mismo  mes con el nombre  de Pedro Pascasio de Jesús.
Tuvo tres hermanos: Arcelia, Luisa y José.
Su hogar fue excesivamente pobre y su crianza  se caracterizó por las  naturales limitaciones que esta  situación implica.
Su señora mamá, que llevaba el peso del hogar, se desempeñaba como panadera en una industria familiar que tenía como vendedor al infante Pedro Morales que recorría a temprana edad las calles de Cartago ofreciendo los productos que en casa se amasaban.
Andando las calles de su ciudad natal, en su prematuro oficio de vendedor  callejero, conoció los lugares  de farándula que los había muy buenos; y muchas veces  fue buscado por sus padres  para requerirle la presencia en el hogar y siempre lo encontraban en los sitios de tertulia escuchando emocionado las ejecuciones  musicales  de la época. A la edad  de 8 años la mamá le regala el primer tiple para estimular las ventas y la inquietud musical del  niño que mostraba gran interés por interpretarlo.
Las primeras  lecciones de música y técnica para interpretar el instrumento las recibió del conocido y popular José Hoyos – Josesito – quien despertó de manera consciente  las altas virtudes y cualidades que el infante tenía para iniciarse en el estudio musical.
Igualmente recibió clases de bandurria, bandola o lira – nacería más tarde – del profesor Ramón Antonio de la Peña. En el año  de 1.878 la familia se traslada a la ciudad de Ibagué, donde vivía la abuela de Pedro, la madre de doña Barbara Pino.
El viaje no tenía más motivo que buscarle un medio apropiado al joven e incipiente músico de 15 años que ya mostraba las grandes posibilidades en el difícil arte musical.
En la ciudad de Ibagué la madre se coloca al servicio de la familia Sicard Pérez.
Esta familia se interesó por  dar estudio al joven Pedro Morales, no solo en la línea musical y lo estimuló a estudiar pintura, actividad en la que el adolescente mostraba habilidades especiales fundamentalmente en el campo del dibujo.
Esta facilidad para el dibujo fue descubierta por la familia Sicard Pérez cuando el joven al contemplar una ampliación fotográfica de la señora Pérez de Sicard la reprodujo a lápiz  y la regaló a la jefe de la familia. Esta familia Sicard Pérez fue definitiva en la vida y obra del que luego sería  el maestro.
Conocidos por ellos las posibilidades que como músico y pintor tenía  el joven Pedro Morales Pino le facilitan el traslado a Bogotá y lo matriculan en la academia de Alberto Urdaneta donde estudia dibujo al crayón y cultura general.
En esta  academia  existía  una buena  y amplia biblioteca que el estudiante aprovecha bien.
La familia Sicard Pérez quiso complementar los estudios de Pedro en Europa pero por circunstancias diversas este propósito se frustró.
A la vez que avanzó en los estudios de dibujo y pintura profundizó en la música  que continuó estudiando en forma directa y personal.
En el año de 1.881 –a los 18 años- participa en la exposición Nacional  de pintura en Bogotá con obras y retratos  que despertaron el interés de los expertos y entendidos en esta materia.
Para ese año ya era músico ejecutante de alguna calidad y lo conocían personas  del medio que comenzaban a interesarse por el joven intérprete.
En esa época ya eran contertulios habituales en su estudio los señores Fulgencio García y Emilio Murillo.
El 2 de Marzo de 1.882 Jorge Wilson Price  funda la academia  nacional de música y Pedro es el primer alumno en matricularse. Estudia por dos años teoría  de la música y armonía bajo la dirección del célebre y conocido músico Julio- Chapín- Quevedo Acevedo.
Organiza el primer dueto y el 5 de noviembre de 1.884 debuta en el teatro Maldonado con gran éxito.
En el mes de diciembre  del mismo año, el día 5, al mes del primero, presentan el segundo concierto dedicado al  cuerpo diplomático acreditado en Bogotá, emocionados confirman cualidades de los intérpretes, especialmente al músico Pedro Morales Pino, Director e intérprete de la Bandurria.
El repertorio destacó en forma principal obras y fragmentos de la música Colombiana e incluía algunos valses de origen Europeo.
En el año de 1.886 – tenía 23 años – funda el trío Colombiano. Fueron sus compañeros Vicente Pizarro y Rafael Riaño. El trío lo integraban tiple, guitarra y bandurria.
El joven maestro Morales Pino a los 23 años alternaba la música y la pintura.
En marzo de 1.889 vuelve a Ibagué donde aún vivía su señora madre y permanece en esta ciudad donde ejerce la cátedra musical  hasta el año de 1.893. Organiza varios grupos musicales sin mayor  trascendencia  y vive de las clases de guitarra y bandurria.
En 1.894 organiza un grupo musical  en el que intervienen Carlos Umaña, Maria y Sofia Paz, igualmente hace parte de éste en condición de violinista el más conocido poeta de la época, Julio Flórez. El éxito de este conjunto fue desbordante según las crónicas del periódico “El Rayo X”.
En 1.895 – a los 32 años – Funda la lira Colombiana. Este grupo logró el reconocimiento Nacional e internacional y es, a través de la historia de la música  Colombiana, el más selecto y magistral intérprete de nuestros aires musicales y quien logra darle forma a nuestra precaria identidad cultural.
La lira Colombiana estaba integrada por Pedro Morales Pino, intérprete de la bandurria, Fulgencio García y los hermanos Romero, bandurria, y varios tiples en donde sobresale el de Carlos –el ciego escamilla– Julio Valencia y William Zikceizem en los chelos y Elías Forero en el violín, en la guitarra se desempeñaban Gregorio Silva y Silvestre Cepeda.
El éxito de esta agrupación no tiene antecedentes en la historia de la música colombiana. Fue el conjunto consagrado y agotaron presentaciones y conciertos  para teatros y salas de aquel  entonces.
La bandola o Lira como se conoce este instrumento y tal como permanece hasta hoy fue creada por Pedro Morales Pino y él mismo la estrenó  en un  recital que ofreció en el teatro Maldonado de Bogotá  el día  30 de noviembre de 1.898.
El instrumento fue construido en el taller artesanal de don Jorge E. Montoya. El cual  llevaba por nombre y como homenaje al conjunto “Taller de la Lira Colombiana”.
A juicio de los historiadores y músicos investigadores de Colombia el gran mérito de Pedro Morales Pino no está solamente en su alta calidad interpretativa, pues fue un músico de concierto y director de mucho mérito. Su gran aporte está en el hecho de haber investigado los aires nacionales y haber contribuido a definir sus ritmos y establer la forma de escribirlos.
Este aspecto tiene especial relevancia histórica, pues una cosa era la música colombiana antes y otra muy distinta después  del aporte de Morales Pino. Fue Pedro Morales quien llevó al pentagrama y definió la manera de escribir en él ese fenómeno rítmico de nuestro bambuco conocido con el nombre de síncopa que introduce al ritmo un movimiento de contrapunto que le da características especiales. Que tipifica la música ancestral nuestra y que lo hace casi imposible de interpretar para quien no tenga en sus venas  la sangre andina y montañera de los abuelos.
Después de Pedro Morales Pino el bambuco encontró la forma de llegar al pentagrama y de allí la posibilidad de ser interpretado por grupos  de diversa índole y por orquestas de todo tipo dándole así consistencia y forma definitiva a nuestra principal expresión cultural de origen típico y tradicional.
Para decirlo  de una manera más clara y contundente, Pedro Morales Pino volvió  cultura lo que hasta entonces era más o menos expresión aislada de nuestra inquietud creativa como nacionalidad. Hasta el día de hoy y a pesar  del desarrollo de la música, el bambuco se escribe  tal como  lo definió el gran maestro Vallecaucano.

Vuelve a Casa
En el año de 1.899 – a la edad de 36 años – Pedro Morales  vuelve a su tierra natal, el Valle del Cauca.
Aparece ante la sociedad Caleña dando un recital en honor a la mujer Vallecaucana el 22 de Julio de aquel  año y recibe el reconocimiento en pergamino que le entregan con las firmas del notablato de la época y el gobierno se hace presente con medalla de Oro.
El homenaje a la mujer Vallecaucana precisamente en Cali y a su regreso después de 22 años de ausencia es interpretado como un  reconocimiento y homenaje a su señora madre, quien a pesar de su miseria  y dificultades, luchó por dar al hijo las posibilidades de formarse y llegar a ser el hombre culto y el intérprete magistral y gran creador de cultura musical que fue.
Sin embargo como la dicha nunca es completa y la vida  caprichosa, es precisamente en Cali donde la “Lira Colombiana” se empieza  a disolver  para amargura y tristeza de todos, especialmente de Morales Pino.
Tres de los más importantes integrantes de la agrupación deciden separarse.
Julio Valencia – El Chelista- se enamora en Cali y contrae matrimonio con la dama Matilde Zamorano. De esta unión nace para bien de la música uno de los  más grandes maestros, Antonio María Valencia, gloria de Colombia y fundador del conservatorio de Cali, que lleva su nombre.

Presencia internacional  de la “Lira Colombiana”
“La Lira Colombiana” bajo la dirección de Pedro Morales logró  llevar nuestros aires a otros países, recorriendo Centroamérica en donde fueron recibidos con gran éxito y acogidos con beneplácito por embajadas culturales y gobiernos.
Es  de destacar como nota curiosa que en los países de Centroamérica siempre estuvo en la agrupación  el poeta Julio Flórez, quien alternaba la interpretación  del violín  y el tiple  con la declamación.
En los Estados Unidos visitaron Nueva Orleans, San Luis, Búfalo y finalmente permanecieron buen tiempo en Nueva York, donde se presentaron  en 4 de Julio de 1.902 con motivo  de la celebración de la independencia de Estados Unidos.
Lo que quedaba de la “Lira Colombiana” se termina de desintegrar en la ciudad de Nueva York, allí se queda Pedro Morales y se dedica a escribir música para la casa Brainard y alterna la enseñanza de los instrumentos típicos nacionales – tiple, lira y guitarra.-
En febrero de 1.905 de regreso de Nueva York, se queda en Guatemala en donde contrae  matrimonio con la dama Francisca Llerena. El gobierno Guatemalteco lo nombra catedrático en instituciones oficiales de ese país y trabaja paralelamente la pintura. Logra en este país distinciones  oficiales de alto mérito por virtud de su alta calidad de artista y músico.
En el año de 1.912 decide regresar a Colombia acompañado de su esposa y tres hijas – Alicia, Rebeca y Raquel.
A su regreso a Bogotá  decide crear de nuevo la “Lira Colombiana” y logra reestructurarla  con elementos  nuevos  entre los que se encuentran  las glorias  de la música Colombiana, Jorge Añez y Luis A. Calvo.
La presentación  en sociedad de la nueva lira  se lleva a cabo el mes de septiembre de 1.914 en el teatro municipal de Bogotá.
El 20 de Octubre de 1.916 muere en Bogotá la señora Francisca Llerena de Morales dejando viudo al gran compositor y sumido en profundo dolor y tristeza.
Ante ese hecho inesperado se liquida de nuevo la “Lira Colombiana” y el maestro decide volver a Guatemala en compañía de sus hijas para buscar la familia de la esposa fallecida.
En Guatemala trató de organizarse cuando todo indicaba que las cosas irían mejor el terrible terremoto de 1.917 destruye la ciudad  y decide volver a Colombia. Cuentan que para el regreso tuvo que empeñar todas las medallas y condecoraciones que quedaron definitivamente en manos del prestamista.
Arribó al país por Barranquilla en donde brindó varios conciertos acompañado al piano por su hija Rebeca.
Llega de nuevo a Bogotá y su interés fundamental se orienta hacia la reorganización de la “Lira Colombiana” que por la partida del director se encontraba  totalmente desintegrada. En ésta última etapa se integraron los cantantes Alejandro Wills  y Alberto Escobar.
Presentan varios conciertos en los teatros Colón y Municipal y surge la iniciativa de una posible gira por los países de Sudamérica, para este empeño buscó el apoyo oficial sin resultados positivos.
Emprendida ésta que sería la última gira del grupo, pasan por Cali, prosiguen y llegan a Quito y finalmente a Lima ciudades en donde logran éxitos rotundos.
Paradójicamente después de los célebres triunfos  en Ecuador y Perú, es en la ciudad de Lima donde se desintegra la “Lira Colombiana”.
Vuelve  el maestro Pedro Morales a Bogotá  con el sabor agridulce de sus multiplicados triunfos y fracasos.
Se dedica un tiempo a la pintura y la fotografía.
En el año de 1.925 participa en el concurso nacional de música que se realiza en el teatro Colón  y gana el primer  premio.
Su vida económica en los últimos años es de grandes limitaciones. Vive de las clases particulares en completo abandono de las entidades oficiales.
Acosado por múltiples dolencias ingresa al hospital de San José, donde lo alojan en la llamada sala de caridad para indigentes. Los más connotados  artistas de la época organizan una velada promovida por Don Didoménico, propietario del teatro Olimpia con el fin de ayudar al maestro.
Lo atendieron los médicos Ricardo Acevedo Bernal e Isaac Rodríguez, amigos y admiradores del gran artista.
El día 4 de marzo de 1.926 muere Pedro Morales Pino en la más absoluta miseria  y en total abandono del Estado.
Un decreto del presidente Pedro Nel Ospina ordena que los gastos del sepelio sean asumidos por el gobierno, esta, fue la única ayuda oficial que tuvo.

La Obra
La importancia de la obra del maestro Pedro Morales Pino es realmente incalculable. Pues a más de ser el creador de la bandola tal como hoy se usa y toca, instrumento que integra con el tiple y la guitarra la historia de los instrumentos típicos, descifró y ahí está lo grande, la manera de escribir en el pentagrama el ritmo sincopado del Bambuco, permitiendo así que pudiera ser recopilada la gran producción de música nacional que de no haber sido por el  aporte de Pedro Morales se hubiera perdido en la noche larga del tiempo pues antes no había cómo hacerlo de una manera seria y exacta.
Pedro Morales Pino no sólo nos dejó su obra fabulosa, sino que permitió  salvar para la historia cultural del país la obra de quienes habían hecho música en beneficio  de la identidad nacional; incluimos  algunos títulos  de la obra más conocida del maestro.
Bambucos: Lejos de ti, Cuatro preguntas, Ya ves, Fusagasugueño, Nunca mía será, Trigueñita, Tierra mía. Danzas: Negra, Ojos negros, Genta, Aura, Blanca, Esquiva, Lira Colombiana, Divagación, Onda fugaz, Andina, Cautiva, María Luisa, Sara, Retorno, Encantado de verte, La madrileña, Penumbra, Colombia. Pasillos: Volutas, Lejanía, Joyeles, Isabel, Paulina, Calavera, Tartarín, Lejos de la patria, El sofocón , El chucho, Pepe, Recordando, Saltarín, Adiós, Una vez, Ausencia, Iris, Pierrot, El chispazo, En la brecha, El chato, Leonilde, Rumor, Reflejos, Recuérdame, Claveles rojos, Intimo, Confidencias, Rayo X, Rayo de Luna, Latigazo en buena hora, Aquí estoy. Valses: Los lunares, Los Gnomos, Vida Bogotana, Voces de la selva, Mar y cielo, Cecilia, Evocación, Josefina, Recóndita, Sombras, Horas del campo, Claroscuro, Margarita, Minerva, Natal, Nupcial, Nostalgia, El Marino, Once de Noviembre, Impresiones de Guatemala, Vuelta a la vida. Marchas: (4), Polkas: (13), Tangos (4), Serenatas (2) y numerosas piezas para orquesta. Los restos del maestro reposan  en un mausoleo de la ciudad de Cartago y el conservatorio de esta ciudad lleva su nombre. La importancia del maestro Pedro Morales y el reconocimiento que de su condición de gran músico se hacía en su época puede inferirse por los colegas que tuvo como compañeros, en el conjunto “Lira Colombiana”.
Estuvieron siempre presentes, juntos o en forma alterna, grandes compositores y ejecutantes que contribuían  con su conocimiento a dar la importancia que la agrupación logró.
Emilio Murillo, eminente músico Bogotano, autor de obras  que hoy perduran como clásicos y que son referencia  obligada de nuestra cultura tradicional.
Fulgencio García, autor de la gata golosa, obra instrumental  que hace parte de la más exigente antología colombianista, Luis A. Calvo, considerado una verdadera gloria y autor de una obra de origen culto. Con los intermezzos  bastaría.
La presencia del ciego Escamilla  como tiplista y la participación del poeta Julio Flórez, dan testimonio del alto concepto que la sociedad de entonces tuvo de la obra del maestro que logró agrupar a tan eminentes compañeros.

Santiago de Cali, Abril 9 de 1.997

Señor Don
Mesias Duque López
Gerente Cooperativa Financiera Royal – COFIROYAL
Ciudad

Apreciado Amigo Mesías
Adjunto encontrara el trabajo que por solicitud suya he realizado en relación  con la vida y obra del maestro Pedro Morales Pino.
Lo entrego a usted y a la cooperativa en la seguridad de haber efectuado una investigación seria que a pesar  de lo breve, comprende lo más importante y meritorio de la obra del gran maestro  vallecaucano.
Este texto puede facilitar toda consulta y servir de instrumento de trabajo para los medios educativos.
Creo haber cumplido con toda responsabilidad su honroso encargo.
Cordialmente,
VOLNEY NARANJO RODRIGUEZ




viernes, 13 de junio de 2014

Semblanza de Bernardo Martinez

Por Volney Naranjo

Esta semblanza hace parte del libro "Bernardo Martínez Sanclemente, Una vida con matices de leyenda", compilado por Yolanda Quintero Alzate, publicado en Noviembre de 2013. 


Yo llegué muy tarde a la orilla de su caudaloso torrente amistoso. Llegué cuando el ya había  agotado el variopinto catalogo de sus audacias. Mi vida de hombre sin oficio cierto me fue acercando a él, en un proceso tímido y lento, en una mesa de café, donde ambos anclamos con nuestras pequeñas y averiadas vanidades, a buscar en el ejercicio  fascinante pero declinante de la tertulia, una manera de darle aire o salida al tercio de nostalgias y recuerdos que acosa y causa agobio en vidas  de tan largo kilometraje.

Había llegado victorioso y altivo a los 80 años. Ejercía con toda autoridad la decanatura de la mesa. Siempre muy bien puesto, con un  alto sentido del decoro. Era un hombre de orden y disciplina riguroso que aplicaba en las cosas más simples y elementales de su cotidianidad. Elegante en el vestir, cuidadoso de su cabello blanco y su peinado, erguido y presuntuoso al caminar. Era una  torre humana que  oteaba desde la altura el horizonte de sus deseos y  posibilidades.

Muchas veces, unas  en serio y otras en broma, le dedique los versos de Machado, “Nadie más cortesano ni pulido que nuestro príncipe Bernardo, que Dios guarde, siempre de negro hasta los pies vestido”.

Tenía un especial sentido del humor, actividad que lo llevó a escribir y publicar varios  textos sobre el tema, era un anecdotario viviente con una memoria de elefante. Y era contestatario y de  fácil reproche cuando se le interrumpía. Reía  con facilidad y era cordial y ameno  en el trasiego de su vida diaria, pero  era un hombre de cáscara amarga. Reaccionaba  rápido y sarcástico a todo lo que pudiera erosionar sus prejuicios o conceptos. Decía con desparpajo las viejas verdades que consideraba baluartes de una tradición conservadora que lo animó siempre. Y fue un militante serio y ortodoxo  de la fe católica y de la derecha política a la cual le dedicó esfuerzos meritorios de su portentosa vitalidad.

Yo soy, de todos sus amigos que le seguiremos en el viaje, el que menos lo conoció. Pero siempre advertí en el una personalidad arrolladora, el trasunto de una vida plena  vivida con un claro concepto de la libertad y del libre albedrio. Muchas cosas me impresionaron de  su estructura mental, pero en especial dos. Su condición de bohemio  irreductible y su pasión por la poesía. Para la bohemia le sirvió de pretexto un viejo tiple, que según conocí de oídas, le sirvió mucho tiempo de compañero y con el cual se abrió  camino para penetrar círculos de  empedernidos trasnochadores y  guitarreros de la madrugada  que  ahorcaban penas y desterraban tusas y nostalgias con acordes de pasillos y bambucos entrañables y pesarosos.
La bohemia solo puede florecer donde existe cierto grado de  conocimiento intelectual. Un bohemio sin conocimiento literario o poético, que no cante, que no declame, que no narre, que no toque un instrumento, ni pueda disertar sobre variadas  y diversas lecturas de textos ya olvidados, es apenas un borracho. Bernardo Martínez Sanclemente era veterano de todas estas virtudes. Recuerdo bien cómo a los 88 años, cuando ya presentía la cercanía de la muerte, declamaba con entonación y ritmo sorprendente el romance de Hermencia Suarez, la campesina de mis cantares, la hermosa  moza de los pajares  y   los versos de  Jorge Robledo Ortiz en su viaje por los mares del mundo.
Y en el diario cambalache  de nuestros propósitos y proyectos serví  de intermediario para que un   buen dueto de la ciudad le interpretara una de sus canciones, precisamente el bambuco Quitapesares que está inserto en el disco compacto que publicó en la celebración de sus 88 años, cuyo texto y melodía son de su autoría.

Cuando apenas empezaba a conocerlo, él  se encontraba empeñado en la reedición y publicación del catecismo del padre Astete.  Esta circunstancia creó entre nosotros la natural distancia entre un hombre con  semejante devoción, más que religiosa, sectaria y alguien que siempre ha permanecido en las filas de la izquierda con algunos  ribetes  de ateísmo.
Poco a poco la cercanía que teníamos en la mesa fue limando asperezas y la relación se hizo franca y cordial. Sin embargo de ahí en adelante, para todos los  contertulios fue el “Obispo de  Buga” o “Monseñor” Martínez Sanclemente.

Era buen aficionado a los toros y detestaba el tango con la misma pasión que tenía por la música colombiana. Nunca me pude explicar esa  rara y contradictoria dicotomía de un bohemio  con tanta antipatía por la música argentina, especialmente por la de Buenos Aires, pues el tango es el más alto compendio de la bohemia, la literatura, la poesía y el drama. 
Era un conversador fulgurante, un goloso de la palabra, un  enamorado del buen decir y los  detalles  que  se conocen de su entorno amistoso lo describen como todo un Juan Tenorio pero con mejores atributos físicos según su vanidoteca, pues ya muy entrado en los 88 nunca arrastro los pies, ni se encorvo al caminar.

Cultivó  además don Bernardo una virtud que resulta ser planta exótica en  una  sociedad caracterizada por el egoísmo cerrero. La solidaridad, esa vocación de servir sin más reciprocidad que la dicha espontanea que produce la certidumbre de hacer el bien. Y la  ejerció sin alardes, sin vanas posturas de filántropo, atendiendo  un poco al precepto  bíblico  del  silencio  y la distancia que debe haber  entre la mano que da y la que debe ignorarlo. Si me entere de este noble sentimiento de su personalidad no fue porque él lo divulgara.

Cuando yo lo conocí, hacia  calendas andaba  por los terrenos del declive biológico y peinaba plurales canas que,  bien ordenadas y atendidas,  constituían parte de su atractivo personal. Me cuentan que muchos amores entibiaron su regazo y alentaron los latidos  incontables de su corazón.  Ya era viudo cuando yo llegue a su mesa, pero aquello de tener vacía la mitad del pecho y desierta  la mitad del lecho no era condición para él. Sin que sus contertulios supiéramos ni lo sospecháramos venía cocinando a fuego lento  una dulce quimera que hecha realidad pienso que le resulto la carta mejor jugada de toda su vida.

A los 84 años, cuando la mayoría de los hombres están muertos o  en plena decrepitud, Bernardo alistaba con emoción y deleite el traje para un nuevo matrimonio.  Y se casó con Yolanda, mujer de una dimensión excepcional y maravillosa que llenó de luz, de color  y de alegría aquellos años finales de  esa  vida con matices de leyenda.

Cuando Don Bernardo juntó su vida a  la de Yolanda sintió que acariciaba el cielo con la frente. La buena estrella de sus mejores días había descendido hasta la palma de su mano. Logró realizar la dulce fantasía de sus sueños en el instante vital que más lo necesitaba. Se ganó una lotería emocional y afectiva que le colmo de dicha. Yolanda se convirtió en la luz de los ojos y en el lazarillo ideal de don Bernardo y fue  para él, la cuota de ternura que todos los seres necesitamos para hacer menos dura la aridez de nuestras vidas.

Había nacido en  Buga, origen y patria chica de la que vivió siempre orgulloso y mantuvo por esa grata  ciudad un amor indeclinable. Publicó, en edición  de lujo, un libro que exalta  la  memoria de los más importantes personajes de su terruño, fue baluarte cívico de la municipalidad y dejó su impronta en la creación de la Casa de la Cultura como un testimonio de su afán por servir la tierra que amó de manera entrañable.

Cultivó amistades que lo llenaron de alegría y  satisfacciones y que le hicieron más fácil el camino  de su vida fulgurante. Compartió su militancia  de bohemio entre otros con los poetas León de Greif  y  Alfonso Cáceres. León de  Greif  lo apodaba el búgamo en un acto de cercana y amistosa  cordialidad que  le inflaba el pecho y le iluminaba  los ojos.

Nos queda en la mesa la silla vacía y el dolor colectivo de sus amigos que con frecuencia nos preguntamos, ¿donde está monseñor Bernardo, esta tarde no ha venido? Nos queda su recuerdo y  el estímulo de una vida ejemplar.


lunes, 26 de mayo de 2014

Cali y el MIO


Por Volney Naranjo Rodríguez


Dos eventos trascendentales han promovido el desarrollo de Cali, los juegos Panamericanos en el año 71 del siglo pasado y el Masivo Integrado de Occidente MIO en la primera década del XXI.

Por la cercanía al Océano Pacífico, por el clima, por la fertilidad de su tierra, por la vocación de paz y trabajo de sus moradores, por la transparencia de su cielo y, por la belleza y exuberancia de sus mujeres, esta ciudad bien merece una suerte distinta.

El MIO es el impulso más serio en la tarea de cambio y modernización de la ciudad. Está cambiando no solo el aspecto físico de la Cali de ayer, sino el comportamiento de la comunidad en la manera de ver y entender el entorno que cada día se modifica para su propio beneficio y comodidad.

El espacio público, determinante en la concepción de una ciudad moderna y dinámica, se enriquece con áreas que se prodigan para el confort colectivo. Los nuevos espacios, amplios andenes y jardines de variada flora van dando a la urbe un aire renovado que invita al respeto y al decoroso mantenimiento de aquellas zonas.

Este maravilloso componente de nuestro desarrollo urbano esta permitiendo que, en la ciudadanía, renazca el respeto conveniente y el sentido de pertenencia que será en lo futuro el soporte cívico y cultural que animará las transformaciones futuras en el camino de un desarrollo sostenible.

El MIO es una empresa colosal en la cual confluyen esfuerzos de plurales personas y entidades, empezando por el propio Estado que asumió la construcción de la malla vial y la adecuación complementaria para que pudiese circular. Es decir, que todos somos, de alguna manera accionistas y participes de tan grato suceso. Grandes capitales de inversionistas privados y aportes de transportadores minoristas confluyen en la gran bolsa financiera de esta empresa de caleños y colombianos convencidos de la urgencia de los cambios que estamos presenciando.

La creación del Departamento del Valle del Cauca, que cumple la primera centuria, se celebra con júbilo entregándole a Cali este moderno sistema de transporte colectivo que consulta el más caro interés de los caleños. La comodidad, el aseo, la seguridad y el ahorro de tiempo en la movilidad de todos son anhelos comunes que al verlos realizados nos reconcilian con la vida.

El MIO es la empresa trasformadora más importante en los cien años del departamento del Valle del Cauca.


martes, 13 de mayo de 2014

Vida y obra de Clemente Arnaldo Díaz Sanchez



Por Volney Naranjo Rodríguez
  
 De la entraña popular

 Clemente Arnaldo Díaz Sánchez nace en Cali, capital del departamento del Valle del Cauca, República de Colombia el día 5 de agosto de 1938.

Sus padres, Clemente Díaz y Carmen Tulia Sánchez eran, para aquellos tiempos, residentes en el barrio Obrero de la ciudad, un sector social que ya para entonces tenía unas características propias en la vida de la urbe.

Allí vivían la mayoría de trabajadores de las grandes empresas. Entre otras los de Ferrocarriles Nacionales y la Cervecería Bavaria.

Era además conocido que en aquel sector especial de la ciudad tenían asiento los artesanos, sastres, carpinteros y zapateros que agitaban ideas de cambio social y proclamaban la necesidad de reivindicaciones, que para la época, aparecían muy avanzadas y revolucionarias. Fue además, el barrio obrero, semillero de grandes futbolistas y cuna de personajes que posteriormente figuraron en la vida Nacional con gran relieve. Ubicado hoy en el corazón de la urbe, este sector, llama la atención por la gran extensión de las casas humildes y sencillas que allí se construyeron en lotes de terreno con áreas de más de trescientos metros cuadrados.

Don Clemente Díaz, el padre, era obrero de la Cervecería Bavaria y su trabajo justamente era contribuir en la elaboración de las cajas en que se repartía la cerveza que para aquellas calendas eran de madera.

La vida de Díaz Sánchez se desarrolló en medio de grandes privaciones económicas, pues el grupo familiar lo conformaron cinco hijos varones de los cuales Clemente fue el segundo de la camada además de dos mujeres que completaron el quórum familiar. En la casa de Clemente en el barrio Obrero eran nueve a la hora de hacer presencia en el comedor.

Sin ser un virtuoso en ninguno de los instrumentos, el padre de Clemente tocaba el tiple y la bandola. El hijo mayor salió tiplero sin que tuviera dedicación o entusiasmo por el instrumento.

El primer contacto de Clemente Arnaldo con la guitarra comienza cuando apenas tenía ocho años. Lo estimuló para ello su padre y su hermano que tocaban en las reuniones familiares y eventos sociales de condición sencilla. En esta etapa de su temprana niñez Clemente se incorporó al grupo formando trío con su padre y hermano mayor.

Pronto fue despertando en Clemente Arnaldo una fuerte pasión por el instrumento y se fueron revelando en él condiciones y aptitudes que lo impelían a un conocimiento más profundo y organizado de la guitarra. Es entonces, cuando se decide a estudiar bajo la dirección del señor Argemiro Triviño, un guitarrista de mediana formación académica, viejo amigo de su padre y quien en virtud de las aptitudes del muchacho se anima a contribuir con clases de índole personal y particular.

Por la década del año 50 se funda en el Instituto de Cultura Popular la escuela clásica de guitarra.

El Instituto Popular de Cultura se había creado en el mes de diciembre de 1947 por Acuerdo del Concejo Municipal de Cali. Es bueno reseñar que este instituto llenó un vacío en la vida cultural de la ciudad y significó un avance muy importante en el apoyo a la formación estética de los sectores populares. 

Clemente se matricula en aquella cátedra recién creada y en ese momento conoce al maestro Alfonso Valdiri Vanegas fundador de la escuela con el que compartiría en lo sucesivo durante ocho largos años que estudió con este insigne profesor.

Dos años permanece en el Instituto de cultura hasta el momento que el mismo profesor Valdiri es llamado por el Conservatorio Antonio Maria Valencia de la ciudad de Cali para que fundara allí la escuela de guitarra clásica. Resulta así, el Maestro Alfonso Valdiri Vanegas, fundando las dos cátedras de guitarra clásica, en el Instituto Popular y en el conservatorio de Cali, siendo las dos  primeras escuelas en esta materia musical en el país.

Creada la cátedra de guitarra en el Conservatorio, Clemente se traslada y continúa por seis años consecutivos con el profesor Valdiri hasta obtener el título de profesional en estudios básicos de guitarra.

Clemente adelantó de manera simultánea sus estudios musicales, que en general fueron nocturnos, con los de Bachillerato que culminó en el Colegio Antonio Ricaurte de donde egresó a los 18 años.

Egresado del Conservatorio y con su certificado de estudios en guitarra, Clemente inicia un duro periodo en la lucha por la supervivencia. Atrás quedan los sueños de ser arquitecto, pues las dificultades económicas no permitieron el ingreso a la universidad y se trata ya de un hombre mayor de edad, con todas sus necesidades básicas y acosado por múltiples urgencias.

Es necesario procurarse ingresos y Clemente se desempeña como obrero en la fábrica de bolsas de papel Alotero al igual que en industrias Sansón. Trabaja como mensajero de la cooperativa de las Empresas Municipales de Cali y en este trasegar y en condiciones de gran penuria económica decide apoyado en su condición de gran guitarrista, aventurar en la noche caleña como serenatero. Recala entonces en el bar de Octavio Osorio, un bambuquero silvestre oriundo de Manizales, que para entonces atendía un rincón para bohemios y trasnochadores y quien tenía el privilegio de armonizar las canciones populares con una segunda voz de gran calidad. En este duro suceder de madrugadas y de incontables días contemplando el alba, Clemente se asocia con el tenor Luís Eduardo Osorio, de Sevilla Valle, quien poseía una voz bien cultivada, egresado del mismo Conservatorio con quien lo unía una vieja amistad y que para los efectos de la interpretación de aquellos temas tenía características especiales. Una voz extrañamente dulce, de una fina melancolía y de matices bellos y variados, se unía a la tarea nocturna de las serenatas en que se desempeñaba Clemente.

En medio del trajín de la noche bohemia llega al rincón bambuquero de Octavio un cliente ocasional, el doctor Ricardo Pérez, quien se desempeñaba en ese momento como gerente del Banco de Colombia en la Ciudad de Popayán, al escuchar a Clemente queda sorprendido por la calidad técnica y el virtuosismo que advierte en aquel muchacho y sin pensarlo dos veces le promete abrirle campo en la universidad de Popayán. En efecto al poco tiempo Clemente fue nombrado como profesor suplente en el área de música y como copista de la orquesta y coros de la Universidad del Cauca.

Pasa el tiempo y en la ciudad de Popayán se sucede un acontecimiento muy importante en el seno de su sociedad de rancios abolengos, de castas y dinastías; se trata del matrimonio de la señorita Diana Valencia, hija del candidato presidencial Dr. Guillermo León Valencia en el segundo turno alternativo del Frente Nacional y como representante del partido conservador, con el ciudadano de iguales o parecidos pergaminos Dr. Aurelio Iragorri Hormaza. La fiesta se celebra en casa del Padre del novio Dr.Benjamin Iragorri y allí se presenta Clemente con el deseo de brindar a los contrayentes un breve concierto de guitarra. El mayordomo le niega la entrada por falta de tarjeta de invitación. La señora Luz de Iragorri, la suegra del casamiento se da cuenta y lo hace seguir. En el momento oportuno que le fue señalado por los organizadores de la boda, Clemente interpreta tres obras: Asturias de Albeniz, la gavota gloria y el sotareño. Deslumbrada la audiencia permanece en silencio y aplaude frenética el breve acontecimiento artístico y cultural de la noche.

Presente el Dr. Guillermo León le dice a Clemente: “Joven lo invitamos a participar de la fiesta y puede estar tranquilo por su futuro, pues cuando sea Presidente, que lo seré, le daré una beca para que continúe sus estudios en España, tal como Ud lo quiere”.

El siete de agosto de 1962 se posesiona el Dr. Valencia como Presidente de la República de Colombia y a mediados del año 63 Clemente recibe la beca para viajar a estudiar a España.

Se matricula en el Conservatorio Real de Madrid y adelanta estudios con los profesores Regino Sainz de la Maza y Antonio Moreno. La beca fue atendida por un periodo de dos años y por una suma de tres mil pesetas que canceló mensualmente el instituto de cultura hispanoamericana. Es bueno señalar como anécdota importante que el profesor Regino fue el primer interprete, el primer gran maestro en montar el Concierto de Aranjuez, esa obra universal del gran Joaquín Rodrigo.

Terminado el periodo en Madrid, Clemente se traslada a Torre Molinos, en la provincia de Málaga, donde ingresa al conservatorio Superior de Música, donde estudia con el profesor Antonio Company y allí obtiene su título de Profesional en Guitarra al más alto nivel.

Para adelantar los estudios en Málaga, Clemente alternó estos con el trabajo, haciendo presentaciones en hoteles, lugares turísticos y centros culturales.

Para el verano del año 67 funda el trío Los Solos en compañía de dos cubanos, agrupación que tiene una duración de diez años y con los cuales trabaja de manera frecuente y continuada por este período en todas las localidades ubicadas sobre la Costa del Sol.

En síntesis, Clemente cursa seis años de guitarra clásica y dos de especialización en el instrumento. Así mismo logra adelantar un seminario especial con Andrés Segovia, en Santiago de Compostela, recibe clases particulares con Narciso Yépez, Alirio Diaz, y con Asunción Granados, dama de gran figuración en el firmamento de la guitarra española.

Clemente no olvida y guarda eterna gratitud para con la señora Diana Valencia de Iragorri, su alumna en la Universidad del Cauca, pues fue ella, quien le recordó al entonces mandatario de los colombianos, en su condición de hija, la beca para los estudios de Clemente en España.

En su periplo por Europa permanece un año estudiando en el Royal Conservatorio de Bruselas. En Bélgica conoce y estudia con el profesor Nicolás Alfonso y es invitado por el Embajador de Colombia allí, el Dr. Ignacio Valencia, hijo del Presidente Guillermo León a tocar en la BBC de Londres.

Hecho ya todo un profesional de la música y con una alta especialización en guitarra clásica ingresa como profesor de la Escuela Superior de Música de Holanda en la ciudad de Eindhoven y luego es trasladado a la ciudad de Geldrop en la misma escuela. Simultáneamente con esta cátedra adelanta nuevos estudios de música en el Conservatorio de la ciudad de Ámsterdam con el Profesor Dick Visser.

El contacto con la embajada Colombiana le genera constantes recitales en Francia y en los países vecinos.


En el año de 1971 regresa a Colombia y se vincula al Conservatorio Antonio Maria Valencia que para la época estaba dirigido por su antiguo compañero de grupo musical y viejo amigo Alfonso Castillo, después de año y medio de esta vinculación decide volver a Europa, donde permanece hasta el año de 1982, cuando regresa para quedarse de manera definitiva en el país y se vincula como profesor en la Universidad del Cauca.

Veinte años ha vivido Clemente en Europa. Veinte años de estudios, de trabajo y de inmensas dificultades, buscando con avidez y persistencia una formación profesional que le permitiera regresar a su tierra con la satisfacción de haber logrado realizar su viejo sueño. Ser un verdadero músico guitarrista e intérprete que estuviera en capacidad de devolver a las generaciones nuevas de su país lo aprendido en tantos años de estudio.

Desde el año 1996 Clemente se desempeña como profesor de tiempo completo de la Universidad del Valle en la cátedra de guitarra clásica.

Su origen bastante humilde y su condición muy tímida lo hacían un muchacho huraño y distante. Nadie sospechaba que en aquella personalidad de apariencia frágil y débil pudiera residir un espíritu superior para la música.


El compositor y el intérprete

El proceso de creación en cualquiera de las manifestaciones del arte es el que causa los mayores desgarramientos interiores. Allí aparecerá el alma del artista expuesto con todos sus pliegues y sinuosidades. Nadie podrá pretender ser distinto a la realidad que muestra su obra. La creación, y para este caso, la composición musical exige cuando es seria y es real, la plena comunión del yo interior, de su pensamiento íntimo, de sus dudas y certezas, de su formación filosófica, de su estado emocional, de todo ese raro e inescrutable mundo interior que caracteriza al ser humano.

De allí nace la evolución del artista, del compositor. Por eso en la medida que una personalidad se forma y madura con el paso del tiempo, así mismo se decanta y crece su obra y su capacidad creativa. Nadie pues tan expuesto al examen de su condición humana como el artista y en este caso el compositor.

Clemente comenzó a escribir sus obras a muy temprana edad, su primera canción la hizo cuando tenía diez años. Hoy, oírla le causa risa e hilaridad. Tal vez porque advierte en ella todas las falencias que indican falta de estructura conceptual, falta de madurez y conocimiento en una materia que consumiría muchos años de su vida para llegar a domeñarla.

La tarea de Clemente como compositor ha sido incesante. Hoy puede presentar su obra completa más de ciento cincuenta creaciones. La integran varios periodos que reflejan épocas, tendencias e influencias distintas. La etapa primera que corresponde a su ya lejana juventud puede definirse como emocional y romántica con las perplejidades propias de una personalidad en formación, pero ya en ella se advierten las infinitas posibilidades de un virtuoso.

Danza triste, la gavota gloria, recuerdos payaneses y una serie de valses de tendencia popular son las obras que caracterizan este período. Allí está la sensibilidad imprecisa de su juventud, pero también apunta en ellas, y de manera protuberante una profunda melancolía que habrá de caracterizar su obra.

Los periodos posteriores permiten la exposición de superiores realizaciones en ese universo abstracto de los sonidos y los silencios. De las frases y las oraciones de un discurso musical coherente elaborado con las mas sutiles formas de la armonía, la melodía, y el ritmo apoyados en conceptos que rompen viejos esquemas y que nos indican un suceso nuevo en el trabajo de escribir música para la guitarra.

El estilo de Clemente no desconoce la armonía tradicional ni menosprecia los círculos musicales que durante siglos han servido de estructura a la manifestación de los sonidos. Por el contrario apoyado en ellos, los utiliza para evolucionarlos, para romper viejos estilos y para hacer que afloren formas nuevas en la manera de expresarse a través de la guitarra.

La obra de Clemente Díaz está fundamentada en los ritmos y aires Colombianos. Así se puede concluir al analizar de manera detenida sus distintas fantasías, donde es  recurrente el uso de manifestaciones folclóricas y regionales y en otras la presencia de los aires institucionales que dan identidad cultural al país.

Ningún creador musical puede pretender una pureza absoluta y una originalidad sin discusión en su obra. El solo hecho de pertenecer a un mundo que lo caracteriza la tecnología de la comunicación y la vida colectiva implica que estemos sometidos a influencias de toda índole que de manera inconsciente afectaran los procesos creativos en cualquier campo del arte. Todos somos, en algún grado, recicladores de las formas de expresión del universo.

No es muy prolija la producción guitarristica en Latinoamérica en literatura musical. Los compositores que escriben para este instrumento no han logrado trascender lo suficiente.

Una excepción la constituye Heitor Villalobos, el gran escritor para guitarra y compositor de reconocimiento universal. Este brasilero al volver bandera de la guitarra el ritmo de los chorinos ha creado todo un estilo y una manera de hacer oír la música del Brasil. Su condición de gran creador, de calidad exquisita y su gran formación como músico de alta escuela le han convertido en un referente obligado del género.

Clemente hace parte de los inscritos en la escuela de Villalobos y gran parte de su obra está basada en una buena serie de chorinos que conocidos por los brasileros entendidos en éste genero no han dudado en manifestar complacidos la admiración por la creación del eminente Colombiano.

Como interprete Clemente es un artista de dimensión universal. Probado en todos los escenarios nacionales de importancia y en los más reconocidos de Europa, su experiencia lo ubica como uno de los colombianos de mayor especialización en este campo.

Dueño de una técnica moderna y depurada que le permite un lucimiento lleno de agilidad y dinamismo en el decurso de sus interpretaciones, hace parecer fácil y sencilla la ejecución de obras de excesivo rigor técnico.

En el inmenso repertorio de su creación, Clemente tiene su propia selección. Aquella parte de su obra que considera más elaborada, más profunda y con mayor significado en la investigación natural que antecede a cualquier trabajo serio.

Se trata de obras construidas con el más alto grado de conciencia, cuyo eje central o temático ha sido meditado y estudiado previamente, son obras al decir de Clemente con las que se quiere decir algo especial o señalar un punto determinado en el largo camino de la creación. Un afecto, un momento sentimental, el recuerdo de un amigo, o muchas veces dudas y vacilaciones en largas madrugadas donde no se logra recuperar el sueño y el único camino es dejar sobre el papel pentagramado los sonidos y figuras que el corazón va dictando. Dentro de las consideradas clásicas por su propio autor se encuentran la fantasía Numero Uno, Alborada Azul, variaciones sobre un tema de Rodrigo Riera, Variaciones Sobre Romance Anónimo y la larga serie de choros.

Y ya en el campo de la ejecución pura y simple, Clemente esta reconocido como un verdadero genio, como un monstruo en versión de algunos, para la práctica del trémolo, esa figura guitarrística que exige la mayor destreza y la más delicada forma de  utilizar de manera sincrónica, simétrica y rítmica todos los dedos de las dos manos.

Sobre el trabajo creativo y de interpretación de Clemente Díaz son muchos los críticos y músicos de importancia que han expresado reconocimiento y admiración. El Director de Orquesta y hombre de gran formación musical Mario Gómez Vignes afirma: “en la obra de Clemente Díaz percibo una evolución positiva. Su estro se va tornando cada vez más denso, más complejo, la armonía es cada vez más rica e imaginativa. Pero su complejidad no naufraga ante las modas “ultra” de una vanguardia no vivida ni sentida. La complejidad de su música no obscurece su lógica armonico-melodica, su sentido de la forma (formas pequeñas) es, además, certero y bien equilibrado.”


De igual manera en un juicioso estudio escrito por el músico y pianista Jaime Cabrera Licenciado de la Universidad del Valle y profesor del Instituto Popular de Cultura y publicado en el No. 1 de la revista Paginas de Cultura afirma: “Clemente Diaz prefiere componer pasillos y en ellos, la armonía está orientada hacia una entidad generadora de la forma musical cuyo contenido de acordes alterados, transformaciones y armonías errantes definen contrastes armónicos, dentro de un concepto de monotonalidad subordinada a una tónica central. Generalmente cada sección de sus obras es una entidad propia, cerrada, en la cual el complemento melódico y obviamente rítmico en lo que conocemos como melodía compuesta, conforma períodos musicales simétricos.

Es claro que su interés no es alejarse de esquemas estructurales ya existentes como ocurre en sus obras Alborada Azul, Rumores de Venezuela, Danza Triste, Elegía de Pasillo, Recuerdos Payaneses, entre otras. El encanto de la simplicidad está en como trata el elemento temático desarrollado en un manejo cíclico-melódico de leves variantes, resaltado por el uso de formas armónicas siempre recurrentes en donde la supertónica y la subdominante, generalmente elevadas, actúan como acordes apoyatura inseparables de la tónica y la dominante como sucede en sus Chorinos.”

No es fácil en Colombia acceder a una cultura artística superior y más difícil aún cuando se proviene de la esencia misma del estrato popular como en el caso de Clemente. Hijo de obreros y nacido en el año 38 del siglo veinte, cuando el desarrollo de las artes y las formas culturales en el país eran si acaso, para estos sectores sociales, lejanas y remotas tentativas de desarrollo a las que en forma excepcional llegaban elementos de los sectores de privilegio económico y gerencial de la Nación.

La formación de Clemente se da en los establecimientos de educación pública. Un golpe de suerte le permite llegar a Europa y mejorar allá lo que de manera básica se había adquirido en Colombia en la década del setenta.

En Clemente la vocación fue definitiva, le inspiró un deseo de superación que no toleró barreras y con persistencia admirable fue moldeando su espíritu y conocimiento en los centros de alta especialización en el ámbito de la música y de la guitarra.

Colombia no es plaza fácil ni tiene demanda que permita a un artista de esta dimensión vivir de la interpretación de sus obras en actividad de concertante. Este hecho doloroso de nuestras incipientes formas culturales obliga al especialista de alto nivel a vivir de actividades conexas, en la mayoría de los casos la docencia. Por esa razón nuestros mejores exponentes musicales no se desempeñan en las salas de concierto si no en las aulas en donde contribuyen de manera esforzada en la formación de los nuevos valores artísticos y culturales del país.

La Universidad del Valle tiene como profesor en el área de música y con énfasis en la guitarra al maestro Clemente Díaz quien en sus horas libres tiene que dedicarse de manera exigente y rigurosa a ensayos y relecturas de lo mas importante de sus obras y partituras, pues solo así puede atender con solvencia los compromisos que cumple para diversas entidades culturales y educativas que incluyen en sus agendas conciertos y presentaciones de este gran artista.


La vida de Clemente, ejemplo de sencillez y de modestia, llena de calidez humana, de una delicada sensibilidad a flor de piel, bien vale destacarse en una sociedad que se caracteriza por el imperio de la indiferencia por lo bello y lo culto, donde prolifera lo vulgar y donde la tendencia humanística es mirada con sorna y bronca por quienes promueven la comercialización del mal gusto y de lo ordinario.

Clemente continua aun su obra creativa para beneficio del repertorio exquisito de la guitarra en América y consume sus días junto a sus hijas del segundo matrimonio del cual enviudó hace muchos años, Laura María y Catherine quienes lo acompañan y llenan de afecto a la vez que añora a la mayor Liesbeth Diaz Kuppeens nacida y residente en Holanda.