domingo, 4 de octubre de 2015

Palabras para mi Hermana Gloria, en sus Primeros Ochenta Años

Querida hermana   Gloria: nos reunimos hoy en tu nombre los seres más cercanos a ti,  por los caminos de la sangre y del afecto.
Has llegado a la respetable edad de  ochenta años. A esta edad, la mayoría de los seres humanos,  están muertos o decrépitos y tú, tan campante, llena de lucidez y alegría, valiéndote por ti misma, apoyada en tus  propias energías, luminosa y radiante, serena y apacible, como una nave cruzando la alta mar con  todas tus luces encendidas.
Desde esa  cumbre de tu edad dorada puedes mirar  con satisfacción y orgullo el largo recorrido y la huella  de la  faena que vas dejando  en medio de quienes te queremos  y admiramos.
Y sorprende, para satisfacción  de todos,  que esa lozanía  de tus años de mujer joven y hermosa, haya hecho tránsito al dulce y sensible  ejercicio  de tu carácter en la natural jerarquía de tu entorno cotidiano de  mujer octogenaria.
Este acontecimiento, doméstico y familiar que celebramos hoy, y que de seguro te ha provocado algunas reflexiones, tus ochenta años que por muy poco son los  míos, también a mi me trae inquietudes  y pensamientos.
Iniciamos el  tránsito por el  camino fulgurante  de la vida con todas las desventajas, con todas las de perder. No nos dieron viáticos de marcha, no tuvimos herramientas para defendernos ni abrirnos paso en esa selva de dificultades  y  contradicciones de una sociedad perversa , no nos aleccionaron primero y tuvimos que hacer en cada vuelta, en cada recodo del camino existencial, un aprendizaje forzoso que nos enseñó el  duro pero fascinante  ejercicio de  existir.
Parodiando a Estanislao  Zuleta, podemos  afirmar que no nacimos en un nido de rosas ni hemos navegado en un mar de mermelada. Y  que todas las  dificultades, limitaciones y carencias han sido el medio natural en que se han desarrollado vidas como las nuestras, ya con tan largo kilometraje.


Vivíamos  en Saavedra Galindo, en cercanías de la Piedra. Te acuerdas…? En un inquilinato, en eso que el lunfardo Argentino llama “conventillo”. En las cantinas de la esquina, en sus rockolas, sonaban tangos y tonadas,  que hoy, setenta años después, todavía siguen sonando en mi  memoria  como un  ritual contra el olvido.


Nada teníamos en esa época distinto a nuestra agresiva  juventud y a nuestra esperanza. Hoy, no nos queda nada de la primera y quizás sí, un poco  de la segunda, ya la vida se nos fue y  solo nos toca actuar como notarios, como veedores de una historia que a grandes saltos reseñamos en estas páginas.


Te acuerdas de doña Nieves, curvadita, doblada  por el peso de sus 107 años, con su larga cabellera  negra, caminando  por entre un reguero de  hijos,  nietos y bisnietos y de doña Ana, tu mamá, que a los cien cumplidos, nos esperaba por las tardes sentada en el corredor de la casa? Querida hermana, si la herencia de la genética es cierta, que es la única que tenemos, te esperan  muchos años de vida.
Pero fíjate hermana, aprendimos algo fundamental. Aún dentro de nuestras carencias y limitaciones, aprendimos  que hay una  felicidad al alcance de los pobres, lejos de los grandes lujos, ostentaciones y valores. La felicidad está en abrazar los hijos, en la reunión familiar del comedor, en tender los lechos de blanco en nuestra casa modesta, en contemplar la paz en la mirada apacible de nuestro perro y levantarnos tarde los domingos después de contemplar la luz que entra doblada por debajo de la puerta, al decir de Castro Saavedra.
Y nos volvimos  expertos en viajes fabulosos, recorrimos países de ensueño y maravilla, paisajes multicolores y diversos sin salir de nuestras cuatro paredes. Iniciábamos el viaje entrando por la carátula de los libros, recorríamos sorprendidos página por página y salíamos al final fortalecidos  y renovados de  experiencia tan enriquecedora.
Y cuando optaste por un hogar y por volverte madre, tu encargo fue al por mayor, ingenua, creías en la economía de escala y te despachaste con siete hijos y adoptaste otro, olvidando que en tu casa  eras la mamá y el papá.

Y tuvisteis el valor de criarlos y educarlos y te alcanzó el amor y la ternura para tus seis mujeres y dos varones, a quienes cobijaste con el dulce manto de tu  afecto sin par, y hoy están todos  aquí, rodeándote con las caricias, los mimos y el cariño que merece una madre tan especial  como tú.
Estas  palabras  las digo aquí, por el mandato de todos tus hermanos, de todos tus hijos y de mi propio corazón y sentimiento. Y de manera especial,  en nombre de los que no están, de los que se han ido. Ellos son las sombras protectoras que tenemos, ellos son la luz que ilumina nuestro  trasiego por este  camino  de valles y colinas  que es la vida. Que sigas cumpliendo  tan campante.