domingo, 18 de enero de 2015

PALABRAS PARA EL AMIGO JORGE RAMÍREZ



Hoy no venimos a enterrar un muerto, llegamos hasta este lugar de reposo para sembrar un amigo. Vamos a dejarle al limo noble de la tierra vallecaucana el encargo de multiplicar con su savia las virtudes  y el carácter de Jorge Ramírez Moya.  
Dijo el pensador español que “la amistad ha de ser como la sangre, que llega siempre a la herida, sin esperar que la llamen” y fieles al filósofo, aquí estamos tus amigos, Jorge,  cumpliendo el rito doloroso de acompañarte hasta  tu última morada.
Jorge fue un caleño raizal. Nació ochenta y siete años atrás, cuando el siglo pasado aún era   joven, y en la loma de San Antonio, en el seno de una familia de tradición y costumbres que lo enaltecieron empezó a desarrollar su formación y amor por el trabajo, valores que volvió bandera  de su  periplo vital.
Tuvo  la extraña y rara costumbre de hacer fortuna de una manera exótica: trabajando y siendo honrado. Estas  particularidades de su vida lo acompañaron hasta la muerte.
Cuando Cali era apenas una tentativa de ciudad y el andaba en plena  juventud, en compañía de  su hermano, crearon y fundaron la empresa conocida como “PLATERIA RAMIREZ”, una verdadera institución industrial y comercial que durante muchas décadas ha estimulado la economía y el empleo en nuestra urbe, y en su línea y especialidad es  un ícono de la vallecaucanidad.
Alguna vez, en una tarde de nuestras habituales tertulias me contó que se sentía muy orgulloso de haber creado el primer supermercado de joyas en Colombia, donde la gente de todos los estratos hacía cola  frente a las cajas de pago.
Parodiando al poeta podemos decir que nada de lo humano le fue ajeno. Fue hombre de hogar y padre ejemplar, deportista de alto rendimiento. Fue campeón nacional de bolos en repetidas ocasiones y al servicio de esta disciplina recorrió la mayoría de los países del mundo llevando la representación colombiana, pescador de buen nivel y practicante de las actividades náuticas, cuando decidió retirarse del ejercicio profesional de las actividades deportivas se dedicó a viajar, a conocer y a mirar con ojos apacibles y serenos los distintos lugares y rincones del universo que le faltaban.
Hoy, al lamentar la partida de Jorge, que nos desgarra y lastima el corazón, sabemos que deja  funcionando para Cali y en manos de sus seres más queridos empresas  que son el testimonio de un esfuerzo prolongado en el tiempo, como Bolerama, un establecimiento que atiende  la urgencia de recreación de grandes sectores sociales de nuestro medio.
Debo confesar hoy aquí con tristeza, y  este es un sitio de confesión, que no fui yo el más íntimo y más cercano de los amigos de Jorge Ramírez, y si tengo  el privilegio de ocupar esta tribuna para manifestar un adiós colectivo es porque  tanto su familia  y  los seres  más próximos  en su afecto me han hecho la solicitud de que cumpla aquí el difícil pero honroso encargo de hacer unas frases en nombre de los amigos todos de la cofradía del Café Gardel. No sé si lo haga bien, pero sí sé que lo hago con todo el respeto, el sentimiento y la solidaridad que la amistad obliga.
El Café Gardel, ese sitio de tertulia cotidiana donde todas las tardes llegamos a recalar con nuestra carga de pesadumbre y de nostalgia o de reprimidas alegrías y optimismos recientes, es para todos nosotros una especie de zona  sagrada. Allí llegamos todos, unos por unas razones, otros por otras, pero todos las tenemos. El  Café es una especie de templo pagano donde ofician todos  los dioses y se dan todos  los milagros. El milagro de la amistad, el de la confidencia, el de la controversia o la comunión entre amigos y en especial el milagro de la tolerancia y la comprensión.
Allí llegaba todos los días Jorge con sus alegrías familiares unas veces, otras con angustias apretadas en el interior de su pecho. Allí buscó los más cercanos amigos para hacerles saber cómo lo estaba invadiendo un natural cansancio de la vida y como empezaba a mirar con  particular simpatía la cercanía de la muerte.
Diez años nos permitió la vida tener en el café la compañía y la presencia de Jorge  todas las tardes, ahora, ya no habrán ausencias. El ser humano con sus realizaciones y trabajos logra la intemporalidad, vence el tiempo y derrota la muerte.  Siempre estarás con nosotros, en nuestro recuerdo, en nuestra memoria.
Adiós Jorge, amigo de todos, que el aire de nuestros blancos pañuelos que batimos para despedirte y la grata y siempre amable brisa de la tarde caleña que amaste tanto, te refresquen  el  camino de tu largo  viaje.